Segundo domingo de Pascua Comentario a la liturgia Textos: Hechos 2, 42-47; 1 Pe 1, 3-9; Jn 20, 19-3
P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea principal: Regalos de Cristo resucitado: paz, el sacramento del perdón y la última bienaventuranza.
Resumen del mensaje: A este día san Juan Pablo II llamó el domingo de la Misericordia, porque del corazón de Jesús lleno de ternura brotaron estos dones como rayos y reflejos de su Resurrección: la paz, los sacramentos y la última bienaventuranza donde Cristo nos confirma la fe en quienes creemos en Él (segunda lectura) y en quienes sufren las dudas del apóstol Tomás (evangelio). Con la celebración del presente domingo de la Misericordia concluimos la Octava de Pascua, es decir, de esta semana que la Iglesia nos invitó a considerar como un solo Día: “el Día en el cual actuó el Señor”. El evangelio de hoy nos relata la aparición de Jesús Misericordioso a sus discípulos, el día mismo de su resurrección, en que les derramó y confió el tesoro de su Paz y de sus Sacramentos, y confirmó nuestra fe y la fe de todos los “Tomases” del mundo que están llenos de dudas y con ansias de certezas (evangelio). Esa paz nos llevará después a vivir mejor la Eucaristía, a rezar con más fervor y practicar la caridad con nuestros hermanos (primera lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo Misericordioso y Resucitado nos da su Paz, en hebrero Shalom ( שלום ), que significa un deseo de salud, armonía, paz interior, calma y tranquilidad para aquel o aquellos a quienes está dirigido el saludo. Paz como bienestar entre las personas, las naciones, y entre Dios y el hombre. Los apóstoles la habían perdido, después de la muerte de Cristo en el Calvario. Estaban realmente con la paz, la fe y la esperanza quebradas. Esa oscura turbación de los discípulos se ve disipada por la luz de la victoria del Señor, que llena sus corazones de serenidad y de alegría. San Agustín definía la paz como “la tranquilidad del orden”. Y puesto que hay un doble orden, el imperfecto de la tierra y el acabado del cielo, hay también una doble paz: la de la peregrinación y la de la patria. La insistencia de esta palabra “paz” en el Canon Romano de la misa es clara: la Iglesia ha recibido la misión de extender hasta los confines del mundo la paz de Cristo Resucitado y Misericordioso.
En segundo lugar, Cristo ya nos había regalado el Jueves Santo el sacramento de la Eucaristía. Ahora, de su corazón misericordioso saca este otro tesoro: el sacramento de la Reconciliación. Cristo envía a sus apóstoles con la misión de prolongar la suya propia: perdonar los pecados. La paz con Dios y con nuestros hermanos, don primero que comentamos, se perdió por culpa del pecado. Con el sacramento de la Reconciliación recuperamos esa paz que rompimos con el pecado. La Iglesia, después de la Resurrección de Cristo, es el instrumento mediante el cual el Señor va reduciendo todo bajo la soberanía de su reinado, el instrumento por el que se comunica la gracia divina, cuyo cauce ordinario son los sacramentos, ordenados a la reconciliación de los hombres con Dios, mediante la conversión.
Finalmente, otro de los regalos de la Resurrección de Jesús fue la confirmación de nuestra fe. La fe en la resurrección de Cristo es la verdad fundamental de nuestra salvación. “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe…Todavía estáis en vuestros pecados”, dirá san Pablo. A la luz de la Resurrección cobran luminosidad todos los misterios que Dios nos ha revelado y confiado. Las dudas existenciales de Tomás tocaron el corazón de Jesús, hasta el punto que en su misericordia nos regaló la última bienaventuranza que nos atañe a todos los que no tuvimos la dicha de conocer al Cristo histórico de Palestina: “Bienaventurados los que creen sin haber visto”.
Para reflexionar: ¿experimentamos con frecuencia la paz de Dios a través de la Reconciliación sacramental? ¿Por qué dudamos con frecuencia de Dios y de su amor misericordioso? ¿Está firme nuestra fe en Cristo Resucitado o continuamente nos carcomen las dudas de fe?