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¿Si Dios es amor por qué permite el mal? San Juan Pablo II nos responde.


Todos los días ocurren tragedias, accidentes, crímenes, injusticias y en estos últimos días pareciera que el mundo se fuera a acabar debido a la intensa temporada de huracanes que han causado tanta destrucción en el Caribe, Estados Unidos, México e Indonesia, sin contar el terrible terremoto de México en donde cientos de personas han perdido la vida. A esto debemos sumarle los ataques terroristas, vientos de guerra en Corea del Norte, El Estado Islámico y pare de contar. Si Dios es bueno, ¿por qué permite el sufrimiento, que el mal haga de las suyas?. San Juan Pablo II, en su audiencia general del 4 de junio de 1986, nos dió una clase magistral. Por su extraordinario contenido hemos querido compartirlo con ustedes.

Dice San Juan Pablo II, en la exhortación Salvifici Doloris:

El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana, en la "civilización del amor" (N.30)


4 de junio de 1986 | Juan Pablo II AUDIENCIA GENERAL

La Divina Providencia y la presencia del mal y del sufrimiento en el mundo

1. Tomamos el texto de la Primera Carta de San Pedro, al que nos hemos referido al terminar la catequesis anterior:

"Bendito sea Dios / y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia / nos reengendró a una viva esperanza / por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos / para una herencia incorruptible, / incontaminada e inmarcesible, / que os está reservada en los cielos" (1 Pe 1, 3-4).

Poco más adelante el mismo Apóstol tiene una afirmación iluminadora y consoladora a la vez:

"Por lo cual exultáis, / aunque ahora tengáis que entristeceros un poco / en las diversas tentaciones, para que vuestra fe probada, / más preciosa que el oro / que se corrompe, / aunque acrisolado por el fuego..." (1 Pe 1, 6-7).

De la lectura de este texto se concluye ya que la verdad revelada sobre la "predestinación" del mundo creado y sobre todo el hombre en Cristo (praedestinatio in Christo) constituye el fundamento principal e indispensable de las reflexiones que tratamos de proponer sobre el tema de la relación entre la Providencia Divina y la realidad del mal y del sufrimiento presente bajo tantas formas en la vida humana.

2. Constituye esto para muchos la dificultad principal para aceptar la verdad de la Providencia Divina. En algunos casos, esta dificultad asume una forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento presentes en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y de su existencia (esto es, hasta el ateísmo). De un modo menos radical y sin embargo inquietante, esta dificultad se expresa en tantos interrogantes críticos que el hombre plantea a Dios. La duda, la pregunta e incluso la protesta nacen de la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y la realidad del mal y del sufrimiento experimentada en formas diversas por los hombres.

Podemos decir que la visión de la realidad del mal y del sufrimiento está presentecon toda su plenitud en las páginas de la Sagrada Escritura. Podemos afirmar que la Biblia es, ante todo, un gran libro sobre el sufrimiento: éste entra de lleno en el ámbito de las cosas que Dios quiere decir a la humanidad "muchas veces... por ministerio de los profetas... últimamente... nos habló por su Hijo" (Heb 1, 1): entra en el contexto de la autorrevelación de Dios y en el contexto del Evangelio; o sea, de la Buena Nueva de la salvación. Por esto el único método adecuado para encontrar una respuesta al interrogante sobre el mal y el sufrimiento en el mundo es buscar en el contexto de la revelación que nos ofrece la palabra de Dios.

3. Debemos antes que nada llegar a un acuerdo sobre el mal y el sufrimiento.Este es en sí mismo multiforme. Generalmente se distinguen el mal en sentido físico del mal en sentido moral. El mal moral se distingue del físico sobre todo por comportar culpabilidad, por depender de la libre voluntad del hombre y es siempre un mal de naturaleza espiritual. Se distingue del mal físico, porque este último no incluye necesariamente y de modo directo la voluntad del hombre, si bien esto no significa que no pueda estar causado por el hombre y ser efecto de su culpa. El mal físico causado por el hombre, a veces sólo por ignorancia o falta de cautela, a veces por descuido de las precauciones oportunas o incluso por acciones inoportunas o dañosas, presenta muchas formas. Pero hay que añadir que existen en el mundo muchos casos de mal físico que suceden independientemente del hombre. Baste recordar, por ejemplo, los desastres o calamidades naturales, al igual que todas las formas de disminución física o de enfermedades somáticas o psíquicas, de las que el hombre no es culpable.

4. El sufrimiento nace en el hombre de la experiencia de estas múltiples formas del mal. En cierto modo, el sufrimiento puede darse también en los animales, en cuanto son seres dotados de sentidos y de relativa sensibilidad, pero en el hombre el sufrimiento alcanza la dimensión propia de las facultades espirituales que posee. Puede decirse que en el hombre se interioriza el sufrimiento, se hace consciente y se experimenta en toda la dimensión de su ser y de sus capacidades de acción y reacción, de receptividad y rechazo; es una experiencia terrible, ante la cual, especialmente cuando es sin culpa, el hombre plantea aquellos difíciles, atormentados y dramáticos interrogantes, que constituyen a veces una denuncia, otras un desafío, o un grito de rechazo de Dios y de su Providencia. Son preguntas y problemas que se pueden resumir así: ¿cómo conciliar el mal y el sufrimiento con la solicitud paterna, llena de amor, que Jesucristo atribuye a Dios en el Evangelio? ¿Cómo conciliarlas con la trascendente sabiduría del Creador?. Y de una manera aún más dialéctica: ¿podemos de cara a toda la experiencia del mal que hay en el mundo, especialmente de cara al sufrimiento de los inocentes, decir que Dios no quiere el mal?. Y si lo quiere, ¿cómo podemos creer que "Dios es amor", y tanto más que este amor no puede no ser omnipotente?.

5. Ante estas preguntas, nosotros también como Job, sentimos qué difícil es dar una respuesta. La buscamos no en nosotros sino, con humildad y confianza, en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos ya la afirmación vibrante y significativa: " ...pero la maldad no triunfa de la sabiduría. Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo con suavidad" (Sab 7, 30-8, 1). Frente a las multiformes experiencias del mal y del sufrimiento en el mundo, ya el Antiguo Testamento testimoniaba el primado de la Sabiduría y de la bondad de Dios, de su Providencia Divina. Esta actitud se perfila y desarrolla en el Libro de Job, que se dedica enteramente al tema del mal y del dolor vistos como una prueba a veces tremenda para el Justo, pero superada con la certeza, laboriosamente alcanzada, de que Dios es bueno. En este texto captamos la conciencia del límite y de la caducidad de las cosas creadas, por la cual algunas formas de "mal" físico (debidas a falta o limitación de bien) pertenecen a la propia estructura de los seres creados, que, por su misma naturaleza, son contingentes y pasajeros, y por tanto corruptibles. Sabemos además que los seres materiales están en estrecha relación de interdependencia, según lo expresa el antiguo axioma: "La muerte de uno es la vida del otro" ("corruptio unius est generatio alterius"). Así pues, en cierta medida, también la muerte sirve a la vida. Esta ley concierne también al hombre como ser animal al mismo tiempo que espiritual, mortal e inmortal. A este propósito, las palabras de San Pablo descubren, sin embargo, horizontes muy amplios: " ...mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2 Cor 4, 16). Y también: "Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable" (2 Cor 4, 17).

6. La afirmación de la Sagrada Escritura: "la maldad no triunfa de la Sabiduría" (Sab7, 30) refuerza nuestra convicción de que, en el plano providencial del Creador respecto del mundo, el mal en definitiva está subordinado al bien. Además, en el contexto de la verdad integral sobre la Providencia Divina, nos ayuda a comprender mejor las dos afirmaciones: "Dios no quiere el mal como tal" y "Dios permite el mal". A propósito de la primera es oportuno recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: "...Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes. Pues Él creó todas las cosas para la existencia" (Sab 1, 13-14). En cuanto a la permisión del mal en el orden físico, por ejemplo, de cara al hecho de que los seres materiales (entre ellos también el cuerpo humano) sean corruptibles y sufran la muerte, es necesario decir que ello pertenece a la estructura de estas criaturas. Por otra parte, sería difícilmente pensable, en el estado actual del mundo material, el ilimitado subsistir de todo ser corporal individual. Podemos, pues, comprender que, si "Dios no ha creado la muerte", según afirma el Libro de la Sabiduría, sin embargo la permite con miras al bien global del cosmos material.

7. Pero si se trata del mal moral, esto es, del pecado y de la culpa en sus diversas formas y consecuencias, incluso en el orden físico, este mal decidida y absolutamente Dios no lo quiere. El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios. Si este mal está presente en la historia del hombre y del mundo, y a veces de forma totalmente opresiva, si en cierto sentido tiene su propia historia, esto sólo está permitido por la Divina Providencia, porque Dios quiere que en el mundo creado haya libertad. La existencia de la libertad creada (y por consiguiente del hombre, e incluso la existencia de los espíritus puros como los ángeles, de los que hablaremos en otra ocasión) es indispensable para aquella plenitud del bien que Dios quiere realizar en la creación, la existencia de los seres libres es para él un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres abusen de la propia libertad contra el Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral.

Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación en relación con el misterio de la Divina Providencia que, aun no queriendo el mal, lo tolera en vista de un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo, sólo puede venir de la cruz victoriosa de Cristo. A ella dedicaremos nuestra atención en la siguiente catequesis.

Fuente:

1. San Juan Pablo II Audiencia General 4 de junio de 1986 / 2. CARTA APOSTÓLICA SALVIFICI DOLORIS de San Juan Pablo II


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