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Hoy Jesús me invita a usar bien los talentos que pone en mis manos


«Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra»


Hoy Jesús me invita a usar bien los talentos que pone en mis manos: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó » . Jesús me deja tiempo y lo pone entre mis manos. Me da un corazón con capacidad para amar. Me regala dones y talentos para que los ponga al servicio de los hombres. Me gusta pensar que me ha dado Dios grandes dones. Me gusta tocarlos. Saber que son suyos. Que yo sólo administro. Quisiera ponerlos al servicio de los hombres. Enterrarlos para que den buen fruto. Pero muchas veces me da miedo perder lo que tengo y los escondo. El que tenía un talento lo escondió por miedo a perderlo: « El que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor » . Y cuando el Señor volvió, le dijo: « Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo » .


El miedo a perder. El miedo a malgastar la vida. El miedo a que mi talento no sea reconocido o no dé fruto. Tal vez es mi mirada negativa que no ve que el talento sea un don para otros. O pienso que no es tan útil todo lo que tengo. Y lo escondo por miedo al rechazo, al ridículo. O por comodidad. Creo que tengo muchos talentos. Y a veces me da miedo pensar que Dios me exija de acuerdo a lo me ha dado.


Creo que todos tenemos muchos talentos. Pero nos falta fe. Me falta creer más en la fuerza de mi voz. En la agilidad de mis gestos. En la pasión de mi amor. Me falta creer en la claridad de mi inteligencia. En mi propia docilidad ante el amor de Dios. En la fuerza de mis palabras. Y aun así, sé que todo lo que tengo es tan pequeño y frágil. Dice la tradición que los cálices normalmente se hacían de tal forma que la base era estrecha y la parte superior del cáliz muy ancha. Eso quería decir que lo que pone el hombre es poco, y la gracia de Dios es la que nos eleva y salva.


En la parte ancha del cáliz es donde el vino se convierte en la sangre de Jesús. Su fuerza, su gracia, su poder. Ambas partes estaban unidas por un anillo, símbolo de la alianza entre Dios y el hombre. Hace falta esa base humana para que Dios pueda actuar en mí . Hace falta que ponga lo mío, mi don, mi talento, mi barro, mi base estrecha . Hace falta que no guarde mis talentos en un lugar escondido, que no me quede quieto con miedo. Dios quiere que lo entierre todo para que muera y dé fruto. Quiere que lo haga visible a los ojos de los hombres, para que en mi pobreza otros puedan ver el poder de Dios. Me gusta la expresión que usa Jesús.


Dios nos da: « A cada cual según su capacidad » . Es verdad que no da a todos lo mismo. A unos más, a otros menos. A unos más oportunidades, a otros menos. Me siento muchas veces un privilegiado de Dios. Y no doy tantas gracias. En otras ocasiones me siento menos cuidado por Dios . Y veo que tengo menos capacidad que otros. Tiendo a compararme. Veo el bien en los demás y en mí veo sólo pobreza. Veo la luz en otros y en mí la oscuridad. Veo miseria en mis manos y riqueza en los que me rodean.


La envidia me hace daño. O el desprecio de los que veo más capacitados. No importa lo que tenga, lo que importa es que confíe y lo ponga en manos de Dios. Leía el otro día sobre S. Ignacio y su obra: « Hombres y mujeres empapados de evangelio, capaces de tomar decisiones y guiar grupos. Capaces de desvivirse por otros. De soñar y contagiar sueños. De levantar al caído, cuidar al herido, inquietar al tibio, alentar al triste y ayudar a cada quien a dar lo mejor de sí mismo. Gente frágil, claro está. Y limitada, como todos lo somos. Imperfectos. Capaces de grandes aciertos, pero también humanos para cometer errores, y ojalá capaces de rectificar cuando sea necesario. Altos o bajos, guapos o feos, tímidos o dicharacheros, racionales o emotivos... eso no es lo esencial. Lo que hace falta es que, desde su debilidad y su capacidad estén dispuestos a amar y servir. Por los otros.


Por Dios y su proyecto. En todo. Y para eso Ignacio está preparado a obrar como si todo dependiese de sí mismo, sabiendo que al final todo depende de Dios. Luchar hasta el extremo, para después dejarlo todo en las manos divinas » 1 . Esa es la actitud que quiero tener en mi vida. Ser siempre consciente de mis dones. Pero no sintiéndome menos que nadie. Hay personas que no hacen algo porque creen que lo van a hacer mal. Esconden su talento. Porque ven a otros que brillan más. El otro día una persona me comentaba con pena: « Me siento solo muchas veces.


Porque veo que la gente busca a los que brillan y yo no brillo » . Me conmovieron sus palabras . A veces puedo sentirme solo porque el mundo busca el brillo, la luz, el talento, el éxito. Y yo no lo tengo. Busca al que tiene muchas capacidades, no al que tiene pocas. Ensalza al que triunfa, no al que ha fracasado. Se queda con el que tiene vivos colores, no con el de tonos grises. Se acerca a los que ríen y hacen reír, no a los que viven tristes y apesadumbrados. Alaba al que está contento con todo, no al que se queja siempre. Suele ser así en la vida. ¿Qué pasa entonces si yo no brillo, si no tengo vivos colores , si no estoy siempre alegre y no soy siempre positivo ? ¿Qué sucede si yo no río tanto y mi mirada es seria? ¿Estoy condenado a quedarme solo?


Los hombres pueden pasar delante de mí sin fijarse. Tengo mis talentos ocultos, pero no los ven. Tengo mis dones tapados bajo una apariencia sin luz. No me ven brillar, no descubren mi belleza. Yo mismo no me veo tan bello como otros y me desanimo. Escondo el talento. Quisiera no compararme nunca. No vivir pendiente de cómo los demás hacen las cosas, aquello que yo también hago. Si me comparo puede que salga perdiendo. Y el miedo a perder siempre me bloqueará.


Quiero tener una mirada abierta y confiada. Dios me ha dado una capacidad y quiere que me dé por entero desde lo que yo soy. Desde mi verdad. No voy a dejar de cantar aunque sé que otros cantan mucho mejor que yo. No tengo que ser el mejor en lo que hago para poder hacerlo. Dios me pide que no quiera ser otro. Que sea yo mismo. Que confíe. Me pide sólo agua y saber que Él la va a transformar en vino. Yo pongo lo mío, Él multiplica mis pocos panes. Entonces está claro, tengo que ser yo, sólo yo, no imitar a nadie. El otro día un abuelo le decía a su nieto en su primera comunión: « Yo pido para ti que sigas siendo siempre tú mismo. Porque eres muy bueno, y tienes mucha luz » . Antes de él algunos habían pedido otras cosas para el niño. Dones que a lo mejor no tenía y sería bueno que un día los tuviera. Pero el abuelo se centró en lo que su nieto sí tenía. En la belleza que él veía en el niño. Alabó su verdad más honda. Se fijó en lo que no era necesario cambiar ni ocultar. Me gustó esa mirada.


En la vida n o quiero caer en la tentación de desear ser otro distinto. No quiero vivir comparándome y deseando los dones que no poseo. No quiero ser el mejor, ni el más capaz. No quiero ser distinto a como soy. Me gusta mi belleza, me gustan mis talentos. Me gusta mi historia y mi camino. Me lo tengo que repetir cada mañana para no olvidarme. Estoy dispuesto a pasar toda mi vida conmigo en soledad. Gozando de mi propia compañía. Es evidente que soy la mejor persona para compartir mis pasos. Pero no siempre acepto esta verdad. Se me olvida cuánto me quiere Dios. Y mendigo cariño y reconocimiento. Me l o vuelvo a decir. Me gusta como soy. Lo quiero repetir cada mañana para que mis caídas y fracasos no me hagan perder la esperanza. Dios me quiere como soy, como ese abuelo, quiere que cada día de mi vida salga orgulloso a la calle. Feliz de ser como soy.

por Pbro. Carlos Padilla E.

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, N 21 1963

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