María embarazada: milagro y misterio
“…Cada embarazo, cada niño gestándose en el seno de su madre, es un milagro y un misterio.
Pero entre todos los de la historia, los nueve meses que tuve a mi Niño en mi seno fueron singulares.
Porque todas las demás mamás saben o imaginan, de un modo u otro, cómo será su niño. Si parecido al papá o a ellas, si a la familia paterna o materna.
Pero mi Niño… fue concebido de manera especial. Mi Niño se formó en mi seno porque el Poder del Altísimo me cubrió con su sombra.
Esos meses fueron maravillosos y tremendos al mismo tiempo.
Maravillosos, porque sentía la Vida palpitar en mi interior.
Porque sentía que, en realidad, no sólo yo y José esperábamos: era toda la humanidad, más aún, todo el cosmos, los que estaban esperando su nacimiento.
Y sentía a cada paso a mi lado el anhelo de Abraham que deseaba ver cumplida la promesa, y la mirada de Moisés, que había hablado cara a cara con Dios…
Y sentía muy cerca a David, anhelando ver realizada la esperanza de un reinado eterno de un descendiente suyo… e imaginaba y casi podía escuchar a Isaías, hablando de él, y diciéndome al oído: “…será llamado Príncipe de la paz… el Espíritu del Señor reposará sobre Él… será el Emmanuel”
Pero a la vez fue tremendo. Tremendo porque alrededor todo parecía igual. Porque el mundo y los hombres seguían en sus cosas, encarcelados en el estrecho límite de sus ocupaciones cotidianas, intentando llenar su anhelo de infinito con migajas…
Y seguían ofendiendo a Dios, a ese Dios que había elegido el camino menos esperado para redimirlos.
Desde Niña había aprendido a rezar con las oraciones de mi pueblo, a veces con los ojos puestos en el Cielo, otras veces con ellos cerrados.
En esos meses, para rezar, miraba hacia adentro… y tocaba, ¡sí!, tocaba al Santo de Israel, y lo acariciaba presente en mi interior. Y le decía muchas veces a mi Niño: “…mi alma tiene sed de contemplar tu Rostro…”
Así transcurrieron los días, las semanas y los meses. Afuera pasaban cosas, se sucedían los problemas… José sufrió pero fue fiel, y aceptó… En Roma, el emperador tuvo la idea de convocar el censo; en mi patria, muchos se rebelaron. Nosotros, simplemente, obedecimos, porque sabíamos que algo tenía Dios preparado.
Pero para mí, la verdadera Realidad estaba en mi interior, estaba por Nacer.
Intuía que con su Nacimiento, Dios comenzaría a cumplir su promesa: “aparecerán Cielos nuevos y tierra nueva". En ellos comencé a vivir desde entonces.
El Niño en mi seno es el mayor milagro y misterio de la historia.
Por eso, mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador…
Alégrense ustedes, también, los que han sido llamados a salir a su encuentro.”
por Pbro. Leandro Bonnin