REÍRSE DE UNO MISMO
Me he pasado una semana divertidísima riéndome de mí mismo. Sí, aunque suene raro.
Me he reído con ganas, con fuerza, al detectar cuantas escenas interiores grotescas se suceden en el "teatro" de mi interioridad, en el escenario de mi mente y mi corazón.
Y así, me he dado cuenta de lo infantilmente salame que he sido al preocuparme porque leí al pasar una publicación de facebook que expresaba algo, y yo, infeliz de mí, sin ningún fundamento, como si fuera el único poblador de esta tierra y el único poseedor de un perfil de face, dediqué minutos y hasta quizá horas intentando descubrir cuál podía haber sido el problema, e intentar imaginariamente varias soluciones al mismo. Para luego caer en la cuenta -y reírme como un tonto- que nada tenía que ver en ese asunto.
Y así me ha ocurrido, tantas veces, de interpretar erróneamente la demora en una respuesta a un mensaje de whatsapp... cuando el otro simplemente se había quedado sin batería.
O suponer que porque alguien no me saludó tan amablemente como de costumbre, seguro estaba resentido por algo que yo no atinaba a desentrañar... cuando sólo andaba mal del hígado.
O invertir horas y horas "guionando" una discusión imaginaria por un supuesto problema que una posible situación podría llegar a acarrear... y la situación nunca se dio, el problema se "abortó" antes de existir, y la discusión me tuvo sólo a mí como protagonista, como bipolar protagonista.
Lo interesante de todo esto, de caer en la cuenta de lo perejil que suelo ser, es que a pesar de todo, la vida sigue siendo tan fascinante.
Tan fascinante que incluso cuando hacés el ridículo ante vos mismo... te podés largar una carcajada.
Tenía razón, nomás, el grande de Tomás Moro, que encabeza sus bienaventuranzas diciendo:
Bienaventurados los que saben reírse de sí mismos, porque tendrán diversión para rato.
Yo, al menos, estoy intentando aprender
Pbro. Leandro Bonnin