Me da miedo ser alguien lleno de quejas y reproches hacia los demás. Quedarme siempre en el lado negativo de la vida. Convertirme en un juez que condena. En un mundo en el que todo vale, en un mundo cambiante, me da miedo querer ser yo el dique que contiene las aguas, la atalaya que denuncia lo incorrecto, el juez que decide lo que está bien y lo que está mal.
Jesús no fue un «hater». No vino a decir todo lo que está mal. Sà denunció muchas conductas erróneas. No se calló. Amó siempre. Nunca odió el mundo. LeÃa el otro dÃa sobre las comidas de Jesús con publicanos y prostitutas: En ellas, Jesús les ofrece su confianza y amistad, los libera de la vergüenza y la humillación, los rescata de la marginación, los acoge como amigos.
Poco a poco se despierta en ellos el sentido de la propia dignidad: no son merecedores de ningún rechazo. Por vez primera se sienten acogidos por un hombre de Dios. En adelante, su vida puede ser diferente.
La vida de Jesús no estuvo llena de rabia, sino de misericordia. No quiero convertirme en el que condena las vidas que me rodean cuando no veo reflejado en ellas el ideal que sueño. No quiero ser el que siempre pone la nota disonante. El que avisa del riesgo y alerta del peligro. Como un faro en medio de la tormenta. Tampoco quiero ser el que lo tolera todo. ¿Dónde está ese justo punto intermedio?
¿Cómo puedo soñar con la verdad de Jesús, con los ideales que me hacen mejor persona, sin caer en denunciar siempre lo que no está bien a mi alrededor? La persona está antes que su pecado. Mucho antes que las decisiones que no comparto. No quiero ser yo el sanedrÃn que condena continuamente actitudes. Sin ver detrás a la persona en su fragilidad.
Soy tal vez radical en exceso. ¿Simplemente por no pensar como el mundo? No. No es eso. Es mi odio el que me hace radical. Es mi odio el que me hace odiar al diferente. Temer al que no vive como yo deseo vivir. No quiero vivir juzgando. Me enveneno. Y al llenarme de rabia hago que el ambiente que me rodea tenga una atmósfera de pantano en la que no se puede respirar. Me gustarÃa crear espacios de cielo en los que muchos se sientan acogidos en su debilidad, queridos en las situaciones difÃciles que viven. No quiero ser un «hater», un hombre lleno de quejas, miedos y odios.