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Curas, jóvenes, matrimonios y hasta ateos: este ermitaño ayuda a cientos de ellos en la montaña


Raffaele Busnelli es uno de los cada vez más numerosos sacerdotes que dejan su vida en la ciudad para convertirse en ermitaños, buscando en el silencio una mayor unión con Dios a través de la oración y la contemplación.


Sin embargo, ermitaños como este sacerdote milanés no lo consideran una huida del mundo sino una “vocación en su propia vocación”, en la que además su capacidad de anuncio del Evangelio no ha disminuido, sino que sorprendentemente ha aumentado.


Una alternativa al enorme ruido del mundo actual

En un mundo que va a un ritmo vertiginoso y dominado por el ruido, son muchos los que buscan salirse de esta autopista y así encontrarse con Dios. De hecho, son cientos de personas las que suben hasta la montaña a la ermita en la que vive para pedirle consejo o rezar junto a él.


Este sacerdote tiene un pequeño taller de carpintería donde talla imágenes religiosas.

“No tengo razón para sentirme solo. Mi soledad está habitada por la oración”, asegura este sacerdote de 46 años que ha optado por esta vida ascética.

"Sentía la necesidad de que el silencio se hiciera más fuerte"


En una conversación con Famiglia Cristiana, Raffaele explica que “como sacerdote de la Archidiócesis de Milán, estuve trece años en parroquias, primero en Cologno Monzese y los últimos tres años en Treviglio. Estaba bien, hacía muchas cosas, pero sentía la necesidad de que el silencio se hiciera cada vez más fuerte, de dedicar más y más espacio a la oración. Comencé a pensar en la vida eremítica, pero el peligro que percibí, y de hecho siempre está presente en aquellas que contemplan esta opción, es el de que sea un escape”.


Pero este sacerdote tenía claro que sentía "una ‘vocación en la vocación’ cada vez más fuerte. Así que decidí abrir mi corazón con el cardenal Martini, quien también había escrito algunas reglas para este tipo de discernimiento. Recuerdo que me preguntó qué estaba haciendo en la parroquia y enumeré las muchas actividades que hacía, luego se dio cuenta de que no era un escape, sino que mi deseo era genuino”.


Tras el visto bueno de su arzobispo decidió tomar esta decisión. Hace más de 12 años que es ermitaño y buscó un lugar donde quedarse y encontrar el silencio que buscaba. Al final lo halló en las montañas de los Alpes. Algunos habitantes de la zona le ayudaron y desde hacen unos años ya vive en la ermita que se ha construido.


Cientos de personas buscan consejo en él

Este lugar se ha convertido en un referente para cientos de personas de todo tipo y condición que acuden en búsqueda de este sacerdote para que les ayude en su encuentro con Dios. La palabra clave en esta misión con todas estas personas es “discernimiento”.


Muchos tienen una idea preconcebida de lo que tiene que ser un ermitaño, y esperan un hombre anciano con una larga barba que vive en una cueva, medio desnutrido y con ropa muy vieja. Lo que sí tiene son algunos animales que le ayudan para su sustento, lo que completa realizando pequeños trabajos e iconos de carpintería.


Si la oración es su principal misión en esta vida, esta no se contrapone a la acogida. Para ello, tiene otra habitación para todos aquellos que quieran hacer noche allí. Eso sí, existe una condición. Cada día entre las cinco de la tarde y las siete de la mañana el padre Busnelli mantiene un absoluto silencio y también pide lo mismo para los invitados que le acompañan.


El "discernimiento", la palabra clave

La vida de este sacerdote rompe estos esquemas de que es una persona que siempre está sola, porque no es así. “No he inventado nada: la vida eremítica ha sido así durante dos mil años”, afirma.

Así es como personas de todo tipo y edad provenientes de toda Italia llegan a estas montañas para verle. “Está el ateo o el musulmán, jóvenes o matrimonios o hermanos sacerdotes. Vienen aquellos que no tienen como referencia la parroquia y en los últimos años se está incrementando el número de laicos de los que simplemente pasan por alto la vida de la parroquia, se ven envueltos en mil cosas que hacer luego huyen, porque no es esto lo que buscan”.


"Dios, ¿qué me estás preguntando?"

Sin embargo, a esta ermita llegan muchos que “ya viven una experiencia de fe muy fuerte, pero que quieren alimentarla, confrontar a alguien. Y hago esto tratando de acompañarlos en una acción de discernimiento. Esto significa proponer una lectura de las dificultades o de lo que están experimentando. Así se pone en juego la primacía de Dios, de los sacramentos, pero también la comunicación entre ellos, en el caso de las parejas”.


Raffaele recuerda que los que suban hasta su ermita tienen que preguntarse: “Dios, ¿qué me estás preguntando? Y yo, ¿qué estoy haciendo? Partimos de un principio básico: Dios ya está trabajando en mí. Y aquí comienza la fase de discernimiento”.


Antes de acabar el sacerdote insiste en que esta es precisamente la vida eremítica, que es diferente a estar solo. El “solitario” quiere una “vida primitiva, en medio de la naturaleza, y esto puede ser bueno, pero no es un ermitaño. Luego están los que huyen del mundo y de la sociedad, porque cuestionan esto o aquello, incluso por razones políticas, pero también son solitarios. El ermitaño es otra cosa: es un hombre de oración. Si quieres, también solitario, pero con una regla detrás, una tradición que lo apoya, una vida en la Iglesia”.

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